Varios santos
este día:
Oficio de Lectura,
19 de
Octubre, San
Pedro de Alcántara, presbítero
Pobreza, austeridad y
dulzura de Pedro
Del Libro de su vida, de
santa Teresa de
Jesús, virgen y doctora de la
Iglesia
Cap. 27, 16-20
Y ¡qué bueno nos le llevó Dios ahora en el
bendito fray Pedro de Alcántara! No está ya el mundo para
sufrir tanta perfección. Dicen que están las saludes más
flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre
de este tiempo era; estaba grueso el espíritu como en los
otros tiempos, y ansí tenía el mundo debajo de los pies.
Que, aunque no anden desnudos ni hagan tan áspera penitencia
como él, muchas cosas hay –como otras veces he dicho– para
repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. Y,
¡cuán grande le dio su Majestad a este santo que digo, para
hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como
todos saben!
Quiero decir algo de ella, que sé es toda
verdad. Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba
poco, y a mí el amor que me tenía era la causa porque quiso
el Señor le tuviese para volver por mí y animarme en tiempo
de tanta necesidad, como he dicho y diré.
Paréceme fueron cuarenta años los que me
dijo había dormido sola hora y media entre noche y día, y
que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido
en los principios de vencer el sueño; y para esto estaba
siempre o de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado y
la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la
pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda
–como se sabe– no era más larga de cuatro pies y medio.
En todos estos años, jamás se puso la
capilla, por grandes soles y aguas que hiciese, ni cosa en
los pies, ni vestido, sino un hábito de sayal, sin ninguna
otra cosa sobre sus carnes, y éste tan angosto como se podía
sufrir, y un mantillo de lo mismo encima. Decíame que en los
grandes fríos se le quitaba y dejaba la puerta y ventanilla
abierta de la celda, para que, con ponerse después el manto
y cerrar la puerta, contentase al cuerpo para que sosegase
con más abrigo.
Comer a tercer día era muy ordinario, y
díjome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien
se acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que le
acaecía estar ocho días sin comer. Debía ser estando en
oración, porque tenía grandes arrobamientos e ímpetus de
amor Dios, de que una vez yo fui testigo.
Su pobreza era extrema y mortificación en
la mocedad, que me dijo que le había acaecido estar tres
años en una casa de su Orden y no conocer fraile si no era
por la habla; porque no alzaba los ojos jamás; y ansí a las
partes que de necesidad había de ir no sabía, si no íbase
tras los frailes; esto le acaecía por los caminos. A mujeres
jamás miraba, esto muchos años; decíame que ya no se le daba
más ver que no ver. Mas era muy viejo cuando le vine a
conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino
hecho de raíces de árboles.
Con toda esta santidad, era muy afable,
aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle; en
éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento.
Otras cosas muchas quisiera decir, sino que he miedo me dirá
vuestra merced que para qué me meto en esto, y con él lo he
escrito, y ansí lo dejo con que fue su fin como la vida
predicando y amonestando a sus frailes. Como vio ya se
acababa, dijo el salmo de Laetatus sum in his quae dicta
sunt mihi, e, hincado de rodillas, murió.
Después ha sido el Señor servido yo tenga
más en él que en la vida, aconsejándome en muchas cosas. He
visto muchas veces con grandísima gloria. Díjome, primera
que me apareció, que bienaventurada penitencia que tanto
premio había merecido, y otras muchas cosas. Un año antes
que muriese, me apareció estando ausente y supe se había de
morir y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando
expiró, me apareció y dijo cómo se iba a descansar. Yo no lo
creí y díjelo a algunas personas y desde a ocho días vino la
nueva cómo era muerto, o comenzado a vivir para siempre, por
mejor decir.
Hela aquí acabada esta aspereza de vida
con tan gran gloria; paréceme que mucho más me consuela que
cuando acá estaba. Díjome una vez el Señor que no le
pedirían cosa en su nombre que no la oyese. Muchas que le
encomendado pida al Señor las he visto cumplidas. Sea
bendito por siempre. Amén.
Oración
Señor y Dios nuestro, que hiciste
resplandecer a san Pedro de Alcántara por su admirable
penitencia y su altísima contemplación, concédenos, por sus
méritos, que, caminando en austeridad de vida, alcancemos
más fácilmente los bienes del cielo. Por nuestro Señor
Jesucristo.
El mismo día:
Oficio de Lectura,
19 de
Octubre, San Juan
de Brébeuf y San Isaac Jogues, presbíteros y compañeros
mártires
No moriré sino por ti Jesús, que te dignaste morir por mí
De los apuntes espirituales
de san Juan de Brébeuf
The Jesuit Relations
an Allied Documents, The Burrow Brothers.
Durante dos años he sentido un continuo e
intenso deseo del martirio y de sufrir todos los tormentos
por que han pasado los mártires.
Mi Señor y Salvador Jesús, ¿cómo podría
pagarte todos tus beneficios? Recibiré de tu mano la
copa de tus dolores, invocando tu nombre.
Prometo ante tu eterno Padre y el Espíritu Santo, ante tu
santísima Madre y su castísimo esposo, ante los ángeles, los
apóstoles y los mártires y mi bienaventurado padre Ignacio y
el bienaventurado Francisco Javier, y te prometo a ti, mi
Salvador Jesús, que nunca me sustraeré, en lo que de mi
dependa, a la gracia del martirio, si alguna vez, por tu
misericordia infinita me la ofreces a mí, indignísimo siervo
tuyo.
Me obligo así, por lo que me queda de
vida, a no tener por lícito o libre el declinar las
ocasiones de morir y derramar por ti mi sangre, a no ser que
juzgue en algún caso ser más conveniente para tu gloria lo
contrario. Me comprometo además a recibir de tu mano el
golpe mortal, cuando llegue el momento, con el máximo
contento y alegría; por eso, mi amantísimo Jesús, movido por
la vehemencia de mi gozo, te ofrezco ya ahora mi sangre, mi
cuerpo y mi vida, para que no muera sino por ti, si me
concedes esta gracia, ya que tú te dignaste morir por mí.
Haz que viva de tal modo, que merezca alcanzar de ti el don
de esta muerte tan deseable. Así, Dios y Salvador mío,
recibiré de tu mano la copa de tu pasión,
invocando tu nombre: ¡Jesús, Jesús, Jesús!
Dios mío, ¡cuánto me duele el que no seas
conocido, el que esta región extranjera no se haya aún
convertido enteramente a ti, el hecho de que el pecado no
haya sido aún exterminado de ella! Sí, Dios mío, si han de
caer sobre mí todos los tormentos que han de sufrir, con
toda su ferocidad y crueldad, los cautivos en esta región,
de buena gana me ofrezco a soportarlos yo solo.
Oración
Oh Dios, tú quisiste que los comienzos de
tu Iglesia en América del Norte fueran santificados con la
predicación y la sangre de san Juan y san Isaac y sus
compañeros, mártires, haz que, por su intercesión, crezca,
de día en día y en todas las partes del mundo, una abundante
cosecha de nuevos cristianos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Es cosa muy buena y santa pensar en la
pasión del Señor y meditar sobre ella, ya que por este
camino se llega a la santa unión con Dios. En esta santísima
escuela se aprende la verdadera sabiduría: en ella la han
aprendido todos los santos. Cuando la cruz de nuestro dulce
Jesús haya echado profundas raíces en vuestro corazón,
entonces cantaréis: «Sufrir y no morir», o bien: «O sufrir o
morir», o mejor aún: «Ni sufrir ni morir, sino sólo una
perfecta conversión a la voluntad de Dios».
El amor, en efecto, es una fuerza unitiva
y hace suyos los tormentos del Bueno por excelencia, que es
amado por nosotros. Este fuego, que llega hasta lo más
íntimo de nuestro ser, transforma al amante en el amado y,
mezclándose de un modo profundo el amor con el dolor y el
dolor con el amor, resulta una fusión de amor y de dolor tan
estrecha que ya no es posible separar el amor del dolor ni
el dolor del amor; por esto, el alma enamorada se alegra en
sus dolores y se regocija en su amor doliente.
Sed, pues, constantes en la práctica de
todas las virtudes, principalmente en la imitación del dulce
Jesús paciente, porque ésta es la cumbre del puro amor.
Obrad de manera que todos vean que lleváis, no sólo en lo
interior, sino también en lo exterior, la imagen de Cristo
crucificado, modelo de toda dulzura y mansedumbre. Porque el
que internamente está unido al Hijo de Dios vivo exhibe
también externamente la imagen del mismo, mediante la
práctica continua de una virtud heroica, principalmente de
una paciencia llena de fortaleza, que nunca se queja ni en
oculto ni en público. Escondeos, pues, en Jesús crucificado,
sin desear otra cosa sino que todos se conviertan a su
voluntad en todo.
Convertidos así en verdaderos amadores del
Crucificado, celebraréis siempre la fiesta de la cruz en
vuestro templo interior, aguantando en silencio y sin
confiar en criatura alguna; y, ya que las fiestas se han de
celebrar con alegría, los que aman al Crucificado procurarán
celebrar esta fiesta de la cruz sufriendo en silencio, con
su rostro alegre y sereno, de tal manera, que quede oculta a
los hombres y conocida sólo de aquel que es el sumo Bien. En
esta fiesta se celebran continuamente solemnes banquetes, en
los que el alimento es la voluntad divina, según el ejemplo
que nos dejó nuestro Amor crucificado.
Oración
Concédenos, Señor, que san Pablo de la
Cruz, cuyo único amor fue Cristo crucificado, nos alcance tu
gracia, para que, estimulados por su ejemplo, nos abracemos
con fortaleza a la cruz de cada día. Por nuestro Señor
Jesucristo.