Oficio de Lectura,
17 de
Octubre,
San Ignacio de Antioquía,
Obispo y mártir
Soy
trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las
fieras
De la carta de san Ignacio de
Antioquía a los Romanos
Caps. 4, 1-2; 6, 1-8, 3
Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y
a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por
Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por
favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad
que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible
alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido por
los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de
Cristo. Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de esos
instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios.
De nada me servirían los placeres
terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en
Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo
mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por
nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi
nacimiento a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me
privéis de esta vida, no queráis que muera; si lo que yo
anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me
seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda
contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno
sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que
tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero decir y se
compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia.
El príncipe de este mundo me quiere
arrebatar y pretende arruinar mi deseo que tiende hacia
Dios. Que nadie de vosotros, los aquí presentes, lo ayude;
poneos más bien de mi parte, esto es, de parte de Dios. No
queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y
los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia
entre vosotros. Ni me hagáis caso si, cuando esté aquí, os
suplicare en sentido contrario; haced más bien caso de lo
que ahora os escribo. Porque os escribo en vida, pero
deseando morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí
el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi
interior la voz de una agua viva que me habla y me dice:
«Ven al Padre». No encuentro ya deleite en el alimento
material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es
el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, de la
descendencia de David, y la bebida de su sangre, que es la
caridad incorruptible.
No quiero ya vivir más la vida terrena. Y
este deseo será realidad si vosotros lo queréis. Os pido que
lo queráis, y así vosotros hallaréis también benevolencia.
En dos palabras resumo mi súplica: hacedme caso. Jesucristo
os hará ver que digo la verdad, él, que es la boca que no
engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad
por mí, para que llegue a la meta. Os he escrito no con
criterios humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si
sufro el martirio, es señal de que me queréis bien; de lo
contrario, es que me habéis aborrecido.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, tú has querido
que el testimonio de tus mártires glorificara a toda la
Iglesia, cuerpo de Cristo; concédenos que, así como el
martirio que ahora conmemoramos fue para san Ignacio de
Antioquía causa de gloria eterna, nos merezca también a
nosotros tu protección constante. Por nuestro Señor
Jesucristo.