Oficio de
Lectura,
17 de Noviembre,
Santa Isabel de
Hungría
Isabel reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres
De una carta
escrita por Conrado de Marburgo, director espiritual de Isabel
Al Sumo
pontífice, año 1232.
Pronto Isabel comenzó a destacar
por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido
consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio
de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de
sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e
inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna
les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo
allí, sino también en todos los lugares sujetos a la
jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas
las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que
se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas
las joyas y vestidos lujosos.
Tenía la costumbre de visitar personalmente a
todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la
tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a
los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre
sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su
esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas
cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la
máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le
permitiese ir a mendigar de puerta en puerta.
En el mismo día del Viernes santo, mientras
estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar
de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes
menores, estando presentes algunas personas, renunció a su
propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las
cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar.
Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación
del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que,
en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió
hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la
ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a
enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y
despreciados.
Afirmo ante Dios que raramente he visto una
mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan
contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más
de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su
rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían
como unos rayos de sol.
Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al
preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar,
respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres
todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera
todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que
quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y
después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que
había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a
Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como
quien se duerme plácidamente.
Oración
Oh Dios, que concediste a santa Isabel de
Hungría la gracia de reconocer y venerar en los pobres a tu Hijo
Jesucristo, concédenos, por su intercesión, servir con amor
infatigable a los humildes y a los atribulados. Por nuestro
Señor Jesucristo.