Del Oficio de
Lectura, 27 de junio,
San
Cirilo de Alejandría,
Obispo y doctor de la
Iglesia +444
Defensor de la
maternidad divina de la Virgen María
De las
cartas de san Cirilo de Alejandría
Carta 1
Me extraña, en gran manera, que haya
alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen
ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro
Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima
Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de
Dios? Esta es la fe que nos trasmitieron los discípulos
del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así
nos lo han enseñado también los santos Padres.
Y, así, nuestro padre Atanasio, de
ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa
y consubstancial Trinidad, en la disertación tercera, a
cada paso da a la Santísima Virgen el título de Madre de
Dios.
Siento la necesidad de citar aquí sus
mismas palabras, que dicen así: «La finalidad y
característica de la sagrada Escritura, como tantas
veces hemos advertido, consiste en afirmar de Cristo,
nuestro salvador, estas dos cosas: que es Dios y que
nunca ha dejado de serlo, él, que es el Verbo del Padre,
su resplandor y su sabiduría; como también que él mismo,
en estos últimos tiempos, se hizo hombre por nosotros,
tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios».
Y, un poco más adelante, dice también:
«Han existido muchas personas santas e inmunes de todo
pecado: Jeremías fue santificado en el vientre materno;
y Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María,
Madre de Dios, saltó lleno de gozo». Y estas palabras
provienen de un hombre absolutamente digno de fe, del
que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca
dijo nada que no estuviera en consonancia con la sagrada
Escritura.
Además, la Escritura inspirada por
Dios afirma que el Verbo de Dios se hizo carne, esto es,
que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por
consiguiente, el Verbo de Dios asumió la descendencia de
Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se
hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que
ya no es Dios, sino que, por su unión con nuestra
naturaleza, ha de ser considerado también hombre como
nosotros.
Ciertamente el Emmanuel consta de
estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin
embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero
Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez;
no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la
gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino
Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo
visible en forma humana, como atestigua también Pablo
con estas palabras: Cuando se
cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una
mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que
estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos
por adopción.
Oración
Señor, tú que hiciste de tu obispo san
Cirilo de Alejandría un defensor invicto de la
maternidad divina de la Virgen María, concédenos a
cuantos la proclamamos verdadera Madre de Dios llegar,
por la encarnación de tu Hijo, a la salvación eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo.
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es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María |