Del oficio de lectura,
29 de Julio,
Santa Marta
Dichosos los que pudieron
hospedar al Señor en su propia casa
De los sermones de
San Agustín, obispo
Sermón 103, 1-2,6
Las palabras del Señor nos advierten que, en medio
de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay una sola cosa
a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos, no
residentes; estamos aún en camino, no en la patria definitiva; hacia
ella tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión.
Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender
hacia ella, porque sólo así podremos un día llegar a término.
Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo
por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de
piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le
servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo
hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera.
Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una
enferma al Salvador, una criatura al Creador. Le dio hospedaje para
alimentar corporalmente a aquel que la había de alimentar con su
Espíritu. Porque el Señor quiso tomar la condición de esclavo para
así ser alimentado por los esclavos, y ello no por la necesidad,
sino por condescendencia, ya que fue realmente una condescendencia
el permitir ser alimentado. Su condición humana lo hacía capaz de
sentir hambre y sed.
Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de
huésped, él, que vino a su casa, y los suyos no lo recibieron;
pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios,
adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos,
redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que
nadie de vosotros diga: «Dichosos los que pudieron hospedar al Señor
en su propia casa». No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en
un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no
te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez
que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis. Por lo demás, tú, Marta –dicho sea con tu venia, y
bendita seas por tus buenos servicios–, buscas el descanso como
recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles de
tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque
ciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la
patria celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar,
hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes dar de
beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en
paz, muertos a quienes enterrar?
Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo
que María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no
tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará su
plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogía
las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres
saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus
siervos: Os aseguro que los hará sentar a
la mesa y los irá sirviendo.
Oración
Dios todopoderoso, tu Hijo aceptó la hospitalidad
de santa Marta y se albergó en su casa; concédenos, por intercesión
de esta santa mujer, servir fielmente a Cristo en nuestros hermanos
y ser recibidos, como premio, en tu casa del cielo. Por nuestro
Señor Jesucristo.