Oficio de lectura,
22 de Julio,
Santa María Magdalena
Ardía en deseos de Cristo, a quien
pensaba que se lo habían llevado
De las homilías de san
Gregorio Magno,
Papa, sobre los evangelios
Homilía 25, 1-2. 4-5
María Magdalena, cuando llegó al sepulcro y no
encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había
llevado y así lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al
sepulcro, miraron dentro y creyeron que era tal como aquella mujer
les había dicho. Y dice el evangelio acerca de ellos; Los
discípulos se volvieron a su casa. Y añade, a continuación:
Fuera, junto al sepulcro, estaba María,
llorando.
Lo que hay que considerar en estos hechos es la
intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no
se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado
de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y,
encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien
pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en
verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da
fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas, tal como
afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que persevere
hasta el final se salvará.
Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego
en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación, iba
aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que
buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si
la dilación los enfría, es porque no son o no eran verdaderos
deseos. Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque
ha sentido la fuerza de este amor. Por esto dice David: Mi alma
tiene sed de Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el Cantar
de los cantares: Estoy enferma de amor; y también: Mi alma se
derrite.
Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Se le
pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo,
ya que, al recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el
fuego de su amor.
Jesús le dice: «¡María!» Después de haberla
llamado con el nombre genérico de «mujer», sin haber sido
reconocido, la llama ahora por su nombre propio. Es como si le
dijera:
«Reconoce a aquel que te reconoce a ti. Yo te
conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en
especial».
María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce
al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: «Rabboni», es
decir: «Maestro», ya que el mismo a quien ella buscaba exteriormente
era el que interiormente la instruía para que lo buscase.
Oración
Señor, Dios nuestro, Cristo, tu Unigénito, confió,
antes que a nadie, a María Magdalena la misión de anunciar a los
suyos la alegría pascual; concédenos a nosotros, por la intercesión
y el ejemplo de aquella cuya fiesta celebramos, anunciar siempre a
Cristo resucitado y verle un día glorioso en el reino de los cielos.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Mas de esta homilía:
«Mujer
¿por qué lloras?», San Gregorio Magno, Homilía 25; PL 76,
1188
María se convierte en testigo de la compasión de Dios;
sí, esta María... de quien un fariseo quería romper su impulso de
ternura. «Si este hombre fuera un profeta, se decía, sabría quien es
esta mujer que le toca y lo que es: una pecadora» (Lc 7,39). Pero
las lágrimas de María han borrado la suciedad de su cuerpo y de su
corazón; se lanzó a los pies de su Salvador, abandonando los caminos
del mal. Estaba también sentada a los pies de Jesús y le escuchaba (Lc
10,39). Cuando estaba vivo lo estrechó entre sus brazos; cuando
estuvo muerto, lo buscaba. Y encontró vivo a aquel que buscaba
muerto. ¡Encontró tal cantidad de gracia en él que fue ella quien
llevó la noticia a los apóstoles, a los mensajeros de Dios!
¿Qué es lo que debemos ver ahí, hermanos míos, sino es la infinita
ternura de nuestro Creador, que para avivar nuestra conciencia, por
todas partes nos propone el ejemplo de pecadores arrepentidos? Pongo
la vista sobre Pedro, miro al ladrón, examino a Zaqueo, me fijo en
María, y no veo otra cosa en ellos que llamadas a la esperanza y al
arrepentimiento. ¿Tu fe se ve acechada por la duda? Mira a Pedro que
llora amargamente su debilidad. ¿Estás inflamado de cólera contra tu
prójimo? Piensa en el ladrón: en plena agonía se arrepiente y gana
la recompensa eterna. ¿La avaricia te seca el corazón? ¿Has
despojado a alguien? Mira a Zaqueo que devuelve cuatro veces más los
bienes que había quitado a un hombre. ¿Preso de cualquier pasión,
has perdido la pureza de la carne? Contempla a María que purifica el
amor a la carne en el fuego del amor divino.
Sí, el Dios todopoderoso nos ofrece por todas partes ejemplos y
signos de su compasión. Tengamos horror a nuestros pecados, incluso
los de hace más años. El Dios todopoderoso olvida gustosamente que
hemos cometido el mal, y está siempre a punto de mirar nuestro
arrepentimiento como si fuera la misma inocencia. Nosotros, que
después de las aguas de la salvación, las hemos ensuciado,
renazcamos por nuestras lágrimas... Nuestro Redentor consolará un
día vuestras lágrimas en su gozo eterno.