|
Del Oficio de Lectura, 15 de julio,
San Buenaventura,
Obispo y doctor de la Iglesia
La
Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo
De las obras de
San
Buenaventura,
obispo
Opúsculo sobre el intinerario de la mente
hacia Dios, 7,1.2.4.6
Cristo es el camino y la puerta.
Cristo es la escalera; y él vehículo, él, que es
la placa de la expiación colocada sobre el arca de
Dios y el misterio escondido desde el principio de los siglos.
El que mira plenamente de cara esta placa de
expiación y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza
y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y
júbilo, este tal realiza con él la
pascua, esto es, el paso, ya que,
sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto
y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa
con Cristo en el sepulcro, muerto en lo exterior, pero sintiendo, en
cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo
al ladrón que estaba crucificado a su lado:
Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar
toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad
de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que
sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo
desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el
fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice
el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu
Santo.
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas
pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al
entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio
y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al
hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al
fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción
suavísima y ardentísimos afectos.
Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta,
está en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su
ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de
decir: Preferiría morir asfixiado y la misma muerte. El que de tal modo
ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella
afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi rostro y quedar con vida.
Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a
nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo
crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado
al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos aquellas
palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David,
diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo.
Bendito sea el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!»
Oración
Dios todopoderoso, concede a
cuantos hoy celebramos la fiesta de tu obispo san Buenaventura la gracia
de aprovechar su admirable doctrina e imitar los ejemplos de su ardiente
caridad. Por nuestro Señor Jesucristo.
Regreso a la página principal
www.corazones.org
Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús
y María
|
|