Del oficio de lectura, 6 de febrero
Seréis mis testigos
De la Historia del martirio de san
Pablo Miki y compañeros,
escrita por un contemporáneo.
Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que
les exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El Padre Comisario
estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín daba
gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el
verso: A tus manos, Señor. También el hermano Francisco Blanco
daba gracias a Dios con voz clara. El hermano Gonzalo recitaba también
en alta voz la oración dominical y la salutación angélica.
Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito más honorable de los
que hasta entonces había ocupado, declaró en primer lugar a los
circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el
Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan
inestimable. Después añadió estas palabras:
«Al llegar este momento no creerá ninguno de vosotros que me voy a
apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que no hay más camino de
salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me
enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono
sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte, y les pido que
reciban el bautismo».
Y, volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a animarles para el
trance supremo. Los rostros de todos tenían un aspecto alegre, pero el
de Luís era singular. Un cristiano le gritó que estaría en seguida en el
paraíso. Luís hizo un gesto con sus dedos y con todo su cuerpo,
atrayendo las miradas de todos.
Antonio, que estaba al lado de Luís, fijos los ojos en el cielo, y
después de invocar los nombres de Jesús y María, entonó el salmo:
Alabad, siervos del Señor, que había aprendido en la catequesis de
Nagasaki, pues en ella se les hace aprender a los niños ciertos salmos.
Otros repetían: «¡Jesús! ¡María!», con rostro sereno. Algunos exhortaban
a los circunstantes a llevar una vida digna de cristianos. Con éstas y
semejantes acciones mostraban su prontitud para morir.
Entonces los verdugos desenvainaron cuatro lanzas como las que se usan
en Japón. Al verlas, los fieles exclamaron: «¡Jesús! ¡María!», y se
echaron a llorar con gemidos que llegaban al cielo. Los verdugos
remataron en pocos instantes a cada uno de los mártires.
Oración
Oh Dios, fortaleza de todos los santos, que has llamado a san Pablo Miki
y a sus compañeros a la vida eterna por medio de la cruz; concédenos,
por su intercesión, mantener con vigor, hasta la muerte, la fe que
profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo.