Del oficio de lectura, 23 de Febrero,
San Policarpo, Obispo y mártir
Como
un sacrificio enjundioso y agradable
De la
carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio de san Policarpo
(Cap.
13, 2-15, 2: Funk 1, 297-299)
Preparada la hoguera, Policarpo se quitó todos sus vestidos, se desató
el ceñidor e intentaba también descalzarse, cosa que antes no
acostumbraba a hacer, ya que todos los fieles competían entre sí por ser
los primeros en tocar su cuerpo; pues, debido a sus buenas costumbres,
aun antes de alcanzar la palma del martirio, estaba adornado con todas
las virtudes.
Policarpo se encontraba en el lugar del tormento rodeado de todos los
instrumentos necesarios para quemar a un reo. Pero, cuando le quisieron
sujetar con los clavos, les dijo:
«Dejadme así, pues quien me da fuerza para soportar el fuego me
concederá también permanecer inmóvil en medio de la hoguera sin la
sujeción de los clavos».
Por tanto, no le sujetaron con los clavos, sino que lo ataron.
Ligadas las manos a la espalda como si fuera una víctima insigne
seleccionada de entre el numeroso rebaño para el sacrificio, como
ofrenda agradable a Dios, mirando al cielo, dijo:
«Señor, Dios todopoderoso, Padre de nuestro amado y bendito Jesucristo,
Hijo tuyo, por quien te hemos conocido; Dios de los ángeles, de los
arcángeles, de toda criatura y de todos los justos que viven en tu
presencia: te bendigo, porque en este día y en esta hora me has
concedido ser contado entre el número de tus mártires, participar del
cáliz de Cristo y, por el Espíritu Santo, ser destinado a la
resurrección de la vida eterna en la incorruptibilidad del alma y del
cuerpo. ¡Ojalá que sea yo también contado entre el número de tus santos
como un sacrificio enjundioso y agradable, tal como lo dispusiste de
antemano, me lo diste a conocer y ahora lo cumples, oh Dios veraz e
ignorante de la mentira!
Por esto te alabo, te bendigo y te glorifico en todas las cosas por
medio de tu Hijo amado Jesucristo, eterno y celestial Pontífice. Por él
a ti, en unión con él mismo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y
en el futuro, por los siglos de los siglos. Amén».
Una vez que acabó su oración y hubo pronunciado su «Amén», los verdugos
encendieron el fuego.
Cuando la hoguera se inflamó, vimos un milagro; nosotros fuimos
escogidos para contemplarlo, con el fin de que lo narrásemos a la
posteridad. El fuego tomó la forma de una bóveda, como la vela de una
nave henchida por el viento, rodeando el cuerpo del mártir que,
colocándose en medio, no parecía un cuerpo que está abrasándose, sino
como un pan que está cociéndose, o como el oro o la plata que
resplandecen en la fundición. Finalmente, nos embriagó un olor
exquisito, como si se estuviera quemando incienso o algún otro preciado
aroma.
Oración
Dios de todas las criaturas, que te has dignado agregar a san Policarpo,
tu obispo, al número de los mártires concédenos, por su intercesión,
participar con él en la pasión de Cristo, y resucitar a la vida eterna.
Por nuestro
Señor Jesucristo.