Del oficio de lectura,
26 de enero,
San
Timoteo y san Tito, obispos
He combatido bien mi combate
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo
Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el
cielo, y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al de los
que conquistan el premio en los juegos; amaba los sufrimientos no menos
que el premio, ya que estos mismos sufrimientos, para él, equivalían al
premio; por esto, los consideraba como una gracia. Sopesemos bien lo que
esto significa. El premio consistía ciertamente en
partir para estar con Cristo;
en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate; sin
embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo lo movía a diferir el
premio, llevado del deseo del combate, ya que lo juzgaba más necesario.
Comparando las dos cosas, el estar separado de Cristo
representaba para él el combate y el sufrimiento, más aún el máximo
combate y el máximo sufrimiento. Por el contrario, estar con Cristo
representaba el premio sin comparación; con todo, Pablo, por amor a
Cristo, prefiere el combate al premio.
Alguien quizá dirá que todas estas dificultades él las
tenía por suaves, por su amor a Cristo. También yo lo admito, ya que
todas aquellas cosas, que para nosotros son causa de tristeza, en él
engendraban el máximo deleite. Y ¿para qué recordar las dificultades y
tribulaciones? Su gran aflicción le hacía exclamar:
¿Quién enferma sin
que yo enferme?;
¿quién cae sin que a mi me dé fiebre?
Os ruego que no sólo admiréis, sino que también
imitéis este magnífico ejemplo de virtud: así podremos ser partícipes de
su corona.
Y, si alguien se admira de esto que hemos dicho, a
saber, que el que posea unos méritos similares a los de Pablo obtendrá
una corona semejante a la suya, que atienda a las palabras del mismo
Apóstol: He combatido bien mi
combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda
la corona merecida con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel
día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.
¿Te das cuenta de cómo nos invita a todos a tener parte en
su misma gloria?
Así pues, ya que a todos nos aguarda una misma corona
de gloria, procuremos hacernos dignos de los bienes que tenemos
prometidos.
Y no sólo debemos considerar en el Apóstol la magnitud
y excelencia de sus virtudes y su pronta y robusta disposición de ánimo,
por las que mereció llegar a un premio tan grande, sino que hemos de
pensar también que su naturaleza era en todo igual a la nuestra; de este
modo, las cosas más arduas nos parecerán fáciles y llevaderas y,
esforzándonos en este breve tiempo de nuestra vida, alcanzaremos aquella
corona incorruptible e inmortal, por la gracia y la misericordia de
nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio ahora
y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Oración
Oh Dios, que hiciste brillar con virtudes apostólicas
a los santos Timoteo y Tito, concédenos, por su intercesión, que,
después de vivir en este mundo en justicia y santidad, merezcamos llegar
al reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.