Oficio divino, 10 de Enero
Efusión del Espíritu Santo sobre toda
carne
Del comentario de san
Cirilo de Alejandría,
obispo, sobre el
evangelio de san Juan
Libro 5, cap 2
Cuando el Creador del universo decidió restaurar
todas las cosas en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y
devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió
que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también
ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse
reintegrado a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.
Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu
Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del
advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días –se
refiere a los del Salvador– derramaré mi Espíritu sobre toda
carne.
Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y
libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como
hombre nacido de mujer –de acuerdo con la divina Escritura–, Dios
Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la
naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo
que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al
Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.
Decimos que Cristo, por su parte, recibió el
Espíritu, cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el
hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado
de su misma substancia, incluso antes de la encarnación –más aún,
antes de todos los siglos–, no se da por ofendido de que el Padre le
diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he
engendrado hoy.
Dice haber engendrado hoy a quien era Dios,
engendrado de él mismo desde antes de los siglos, a fin de
recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en
cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así
también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo
otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en
él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como
está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.
De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu
Santo no para sí mismo –pues es suyo, habita en él, y por su medio
se comunica, como ya dijimos antes–, sino para instaurar y restituir
a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho
hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse –si
es que queremos usar nuestra recta razón, así como los testimonios
de la Escritura– que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más
bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos
los bienes.Oración
Oh Dios, que por medio de tu Hijo has hecho
clarear para todos los pueblos la aurora de tu eternidad, concede a
tu pueblo reconocer la gloria de su Redentor y llegar un día a la
luz eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.