Oficio, 1 de
Enero, Solemnidad de
María, Madre de
Dios
La
Palabra tomó de María nuestra condición humana
De las cartas
de san Atanasio, obispo
Carta a Epicteto,
5-9
La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán,
afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus
hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en
verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la
Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La
Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; se
proclaman dichosos los pechos que amamantaron Señor, y, por el
nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio
prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con
palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que
nacerá en ti» –para que no se creyese que se trataba de un cuerpo
introducido desde el exterior–, sino de ti, para que creyésemos que
aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.
Las cosas sucedieron de esta forma para que la
Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la
asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su
condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto
corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene
que vestirse de inmortalidad.
Estas cosas no son una ficción, como algunos
juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue
verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre
entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni
afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es
decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.
Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de
María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las
Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro.
Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de
Adán.
Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne,
tiene la misma significación, como se puede concluir de la idéntica
forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se
hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y
comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de
mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de
terreno ha penetrado las puertas del cielo.
Por otra parte, la Trinidad, también después de la
encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la
Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre es
perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la
Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.