Oficio de Lectura, 4 de
Diciembre,
San Juan
Damasceno,
presbítero
y doctor de la Iglesia
Me llamaste, Señor, para servir a
tus hijos
De la
Declaración de la fe, de san Juan Damasceno,
Cap. 1: PG 95, 417-419
Tú, Señor, me sacaste de los lomos de mi
padre; tú me formaste en el vientre de mi madre; tú me diste
a luz niño y desnudo, puesto que las leyes de la naturaleza
siguen tu mandatos.
Con la bendición del Espíritu Santo
preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad de
varón, ni por deseo carnal, sino por una gracia tuya
inefable. Previniste mi nacimiento con un cuidado superior
al de las leyes naturales; pues me sacaste a la luz
adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de
tu Iglesia santa e inmaculada.
Me alimentaste con la leche espiritual de
tus divinas enseñanzas. Me nutriste con el vigoroso alimento
del cuerpo de Cristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me
embriagaste con el cáliz divino, o sea, con su sangre
vivificante, que él derramó por la salvación de todo el
mundo.
Porque tú, Señor, nos has amado y has
entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención,
que él aceptó voluntariamente, sin repugnancia; más aún,
puesto que él mismo se ofreció, fue destinado al sacrificio
como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo hombre y
con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a
ti, Dios, su Padre, hasta la
muerte, y una muerte de cruz.
Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te
humillaste para cargarme sobre tus hombros, como oveja
perdida, y me apacentaste en verdes pastos; me has
alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por
mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para
que alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.
Por la imposición de manos del obispo, me
llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me
elegiste; tú solo lo sabes.
Pero tú, Señor, aligera la pesada carga de
mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi
corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que
eres una lámpara que alumbra.
Pon tus palabras en mis labios; dame un
lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu
Espíritu, para que tu presencia siempre vigile.
Apaciéntame, Señor, y apacienta tú
conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni
izquierda, sino que tu Espíritu bueno me conduzca por el
camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta
el último momento.
Y tú, cima preclara de la más íntegra
pureza, excelente congregación de la Iglesia, que esperas la
ayuda de Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de
nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como
nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se
fortalece la Iglesia.
Oración
Te rogamos, Señor, que nos ayude en todo
momento la intercesión de san Juan Damasceno, para que la fe
verdadera que tan admirablemente enseñó sea siempre nuestra
luz y nuestra fuerza. Por nuestro Señor Jesucristo.