Oficio de lectura,
21 de agosto,
San Pío X,
Papa
La voz de la Iglesia
resuena dulcemente
De la constitución apostólica
Divino afflátu, del papa san Pío X
AAS 3 [1911], 633-635
Es un hecho demostrado que los salmos,
compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de
las sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia
sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles,
que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza,
es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre,
y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento,
alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el
Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de
la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor
Urbano octavo como «hija de la himnodia que se canta asiduamente
ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de
san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al
culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las
palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este
tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara
dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó
alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo».
Los salmos tienen, además, una eficacia
especial para suscitar en las almas el deseo de todas las
virtudes. En efecto, «si bien es verdad que toda Escritura,
tanto del antiguo como del nuevo Testamento, inspirada
por Dios es útil para enseñar, según está escrito, sin
embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se
hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados),
prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus
propios frutos junto con aquellos otros». Estas palabras son
también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de
ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes
salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos,
y con esta sensación los recitan». San Agustín dice en el libro
de sus Confesiones: ¡Cuánto lloré con tus himnos y
cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que
resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban
en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior
y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las
lágrimas, que me hacían mucho bien».
En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante
aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se
ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su
omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y
todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En
quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de
gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas
humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o
aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se
sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de
Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los
salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la
esperanza, ora suspirando por la realidad»?
Oración
Señor, Dios nuestro, que, para defender la fe
católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al papa
san Pío décimo de sabiduría divina y fortaleza apostólica,
concédenos que, siguiendo su ejemplo y su doctrina, podamos
alcanzar la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.