Del oficio de lectura, 23 de Abril,
San Jorge,
Mártir
Protegido inexpugnablemente
con el estandarte de la cruz
De los
sermones de san Pedro
Damiani, obispo
Sermón 3, sobre
san Jorge: PL 144, 567-571
La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica
la alegría de la gloria pascual, y es como una piedra preciosa que
da un nuevo esplendor al oro en que se incrusta.
Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues
dejó su cargo en el ejército, cambiándolo por la profesión de la
milicia cristiana y, con la valentía propia de un soldado, repartió
primero sus bienes entre los pobres, despreciando el de los bienes
del mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y,
cuando el combate se hallaba en todo su fragor, entró en él como un
valeroso soldado de Cristo.
Esta actitud nos enseña claramente que no se puede
pelear por la fe con firmeza y decisión si no se han dejado primero
los bienes terrenos.
San Jorge, encendido en fuego del Espíritu Santo y
protegiéndose inexpugnablemente con el estandarte de la cruz, peleó
de tal modo con aquel rey inicuo, que, al vencer a este delegado de
Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los
soldados de Cristo para combatir con valentía.
Junto al mártir estaba el Árbitro invisible y
supremo que, según sus designios, permitía a los impíos que le
atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los
verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección,
escondiéndola en el baluarte inexpugnable de la fe.
Hermanos carísimos: no debemos limitarnos a
admirar a este combatiente de la milicia celeste, sino que debemos
imitarle.
Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de
la gloria celestial, de modo que, centrado nuestro corazón en su
contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el mundo seductor
se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.
Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de
cuerpo o espíritu, siguiendo el mandato de Pablo, para entrar al fin
en ese templo de la bienaventuranza al que se dirige ahora nuestra
intención.
El que dentro de este templo que es la Iglesia
quiere ofrecerse a Dios en sacrificio necesita, una vez que haya
sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las diversas
virtudes, como está escrito:
Que tus sacerdotes se
vistan de justicia; en efecto, quien renace en Cristo
como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la
mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo,
viviendo con una conducta renovada.
Así es como, limpios de las manchas del antiguo
pecado y resplandecientes por el brillo de la nueva conducta,
celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el
ejemplo de los santos mártires.
Oración
Señor, alabamos tu poder y te rogamos que san
Jorge, fiel imitador de la pasión de tu Hijo, sea para nosotros
protector generoso en nuestra debilidad. Por nuestro Señor
Jesucristo.