TIEMPO DE CUARESMA
Lecturas de la liturgia de las horas
Quinto
Viernes de Cuaresma
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 7, 11-28
El sacerdocio eterno de Cristo
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de San Fulgencio de Ruspe, Obispo, sobre la regla de la
verdadera fe a Pedro
(Cap. 22, 62: CCL 91 A, 726. 750-751)
Él mismo se ofreció por nosotros
En los sacrificios de víctimas carnales que la Santa Trinidad, que es el
mismo Dios del antiguo y del nuevo Testamento, había exigido que le
fueran ofrecidos por nuestros padres, se significaba ya el don gratísimo
de aquel sacrificio con el que el Hijo único de Dios, hecho hombre,
había de inmolarse a sí mismo misericordiosamente por nosotros.
Pues, según la doctrina apostólica,
se entregó por nosotros a Dios
como oblación y víctima de suave olor. Él, como Dios verdadero y
verdadero sumo sacerdote que era, penetró por nosotros una sola vez en
el santuario, no con la sangre de los becerros y los machos cabríos,
sino con la suya propia. Esto era precisamente lo que significaba aquel
sumo sacerdote que entraba cada año con la sangre en el santuario.
Él es quien, en sí mismo. Poseía todo lo que era necesario para que se
efectuara nuestra redención, es decir, Él mismo fue el sacerdote y el
sacrificio; Él mismo fue Dios y templo: el sacerdote por cuyo medio nos
reconciliamos, el sacrificio que nos reconcilia, el templo en el que nos
reconciliamos, el Dios con quien nos hemos reconciliado.
Como sacerdote, sacrificio y templo, actuó solo, porque aunque era Dios
quien realizaba estas cosas, no obstante las realizaba en su forma de
siervo; en cambio, en lo que realizó como Dios, en la forma de Dios, lo
realizó conjuntamente con el Padre y el Espíritu Santo.
Ten, pues, por absolutamente seguro, y no dudes en modo alguno, que el
mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios
como oblación y víctima de suave olor, el mismo en cuyo honor, en unidad
con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes
ofrecían, en tiempos del antiguo Testamento, sacrificios de animales; y
a quien ahora, o sea, en el tiempo del Testamento nuevo, en unidad con
el Padre y el Espíritu Santo, con quienes comparte la misma y única
divinidad, la santa Iglesia católica no deja nunca de ofrecer, por todo
el universo de la tierra, el sacrificio del pan y del vino, con fe y
caridad.
Así, pues, en aquellas víctimas carnales se significaba la carne y la
sangre de Cristo; la carne que Él mismo, sin pecado como se hallaba,
había de ofrecer por nuestros pecados, y la sangre que había de derramar
en remisión también de nuestros pecados; en cambio, en este sacrificio
se trata de la acción de gracias y del memorial de la carne de Cristo,
que Él ofreció por nosotros, y de la sangre, que, siendo como era Dios,
derramó por nosotros. Sobre esto afirma el bienaventurado Pablo en los
Hechos de los apóstoles: Tened cuidado de vosotros y del rebaño que
el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia
de Dios, que Él adquirió con su propia sangre.
Por tanto, aquellos sacrificios eran figura y signo de lo que se nos
daría en el futuro; en este sacrificio, en cambio, se nos muestra de
modo evidente lo que ya nos ha sido dado.
En aquellos sacrificios se anunciaba de antemano al Hijo de Dios, que
había de morir a manos de los impíos; en este sacrificio, en cambio, se
le anuncia ya muerto por ellos, como atestigua el Apóstol al decir:
Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado,
Cristo murió por los impíos; y añade: Cuando éramos enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.