DOMINGO
TERCERO DE ADVIENTO,
Lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 29, 13-24
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de
San Agustín, Obispo
(Sermón 293, 3: PL 38, 1328-1329)
Juan era la voz, Cristo es la Palabra
Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya
existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la
Palabra eterna.
Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no ha más que un
ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el
corazón.
Pero veamos cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro
corazón. Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente
en mi corazón; pero, si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a
tu corazón lo que está ya en el mío.
Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra
que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el
sonido de la voz hace llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y
una vez que el sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el
sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta ti está
ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío.
Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el mismo sonido
el que está diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que menguar?
El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció,
como si dijera: Esta alegría mía está colmada. Retengamos la
palabra, no perdamos la palabra concebida en la médula del alma.
¿Quieres ver cómo pasa la voz, mientras que la divinidad de la Palabra
permanece? ¿Qué ha sido del bautismo de Juan? Cumplió su misión y
desapareció. Ahora el que se frecuenta es el bautismo de Cristo. Todos
nosotros creemos en Cristo, esperamos la salvación en Cristo: esto es lo
que la voz hizo sonar.
Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz,
tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero
la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta.
Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres?, respondió: Yo soy la voz que
grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor.» La voz que grita en
el desierto, la voz que rompe el silencio. Allanad el camino del
Señor, como si dijera: «Yo resueno para introducir la palabra en el
corazón; pero ésta no se dignará venir a donde yo trato de introducirla,
si no le allanáis el camino.»
¿Qué quiere decir: Allanad el camino, sino: «Suplicad
debidamente»? ¿Qué significa: Allanad el camino, sino: «Pensad
con humildad»? Aprended del mismo Juan un ejemplo de humildad. Le tienen
por el Mesías, y niega serlo; no se le ocurre emplear el error ajeno en
beneficio propio.
Si hubiera dicho: «Yo soy el Mesías», ¿cómo no lo hubieran creído con la
mayor facilidad, si ya le tenían por tal antes de haberlo dicho? Pero no
lo dijo: se reconoció a sí mismo, no permitió que lo confundieran, se
humilló a sí mismo.
Comprendió dónde tenía su salvación; comprendió que no era más que una
antorcha, y temió que el viento de la soberbia la pudiese apagar.