22 de
diciembre
Lecturas de la liturgia de las horas
PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta
Isaías 49, 14- 50, 1
SEGUNDA LECTURA
De la exposición de
San Beda el Venerable, Presbítero, sobre el
Evangelio de San Lucas
(Libro 1, 46-55: CCL 120, 37-39)
Magnificat
María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
espíritu en Dios, mi Salvador.
«El Señor –dice- me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan
inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas
el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello
ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con
todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con
agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu
se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi Salvador, con cuya
temporal concepción ha quedado fecundada mi carne.»
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.
Se refiere al comienzo del himno, donde había dicho: Proclama mi alma
la grandeza del Señor. Porque sólo aquella alma a la que el Señor se
digna hacer grandes favores puede proclamar la grandeza del Señor con
dignas alabanzas y dirigir a quienes comparten los mismos votos y
propósitos una exhortación como ésta: Proclamad conmigo la grandeza
del Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Pues quien, una vez que haya conocido al Señor, tenga en menos el
proclamar su grandeza y santificar su nombre en la medida de sus fuerzas
será el menos importante en el reino de los cielos. Ya que el
nombre del Señor se llama santo, porque con su singular poder trasciende
a toda criatura y dista ampliamente de todas las cosas que ha hecho.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia.
Bellamente llama a Israel siervo del Señor, ya que efectivamente el
Señor lo ha acogido para salvarlo por ser obediente y humilde, de
acuerdo con lo que dice Oseas: Israel es mi siervo, y yo lo amo.
Porque quien rechaza la humillación tampoco puede acoger la salvación,
ni exclamar con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi
vida, y el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en
el reino de los cielos.
Como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su
descendencia por siempre. No se refiere a la descendencia carnal de
Abrahán, sino a la espiritual, o sea, no habla de los nacidos solamente
de su carne, sino de los que siguieron las huellas de su fe, lo mismo
dentro que fuera de Israel. Pues Abrahán había creído antes de la
circuncisión, y su fe le fue tenida en cuenta para la justificación.
De modo que el advenimiento del Salvador se le prometió a Abrahán y a su
descendencia por siempre, o sea, a los hijos de la promesa, de los que
se dice: Si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos
de la promesa.
Con razón, pues, fueron ambas madres quienes anunciaron con sus
profecías los nacimientos del Señor y de Juan, para que, así como el
pecado empezó por medio de las mujeres, también los bienes comiencen por
ellas, y la vida que pereció por el engaño de una sola mujer sea
devuelta al mundo por la proclamación de dos mujeres que compiten por
anunciar la salvación.