El Nuevo Testamento
Juan
Pablo II, miércoles 22 de mayo de 1985
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también: Biblia
1. El Nuevo Testamento tiene dimensiones menores que el Antiguo. Bajo
el aspecto de la redacción histórica, los libros que lo forman están
escritos en una especie de tiempo más breve que los de la Antigua Alianza,
está compuesto por veintisiete libros, algunos muy breves.
En primer lugar tenemos los cuatro Evangelios: según Mateo, Marcos,
Luces y Juan. Luego sigue el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuyo autor
es también Lucas. El grupo mayor está constituido por las Cartas
Apostólicas, de las cuales las más numerosas son las Cartas de San Pablo: una a los
Romanos, dos a los Corintios, una a los Gálatas, una a los Efesios,
una a los Filipenses, una a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a
Timoteo, una a Tito y una a Filemón. El llamado "corpus paulinum"
termina con la Carta a los Hebreos, escrita en el ámbito de influencia de
Pablo. Siguen: la Carta de Santiago, dos Cartas de San Pedro, tres Cartas de
San Juan y la Carta de San Judas. El último libro del Nuevo Testamento es
el Apocalipsis de San Juan.
2.- Con relación a estos libros se expresa así la Constitución Dei
Verbum: "Todos saben que entre los escritos del Nuevo Testamento sobresalen
los Evangelios, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de
la Palabra hecha carne, nuestro Salvador. La Iglesia siempre y en todas
partes ha mantenido y mantiene que los cuatro Evangelios son de origen
apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Jesucristo,
después ellos mismos con otros de su generación lo escribieron por inspiración
del Espíritu Santo y nos lo entregaron como fundamento de la fe: el
Evangelio cuádruple, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan" (Dei Vorbum, 18).
3.- La Constitución conciliar pone de relieve de modo especial la
historicidad de los cuatro Evangelios, Dice que la Iglesia hoy "afirma
su historicidad sin dudar", manteniendo con constancia que "los cuatro
... Evangelios... transmiten fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios,
viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de
los mismos hasta el día de la Ascensión (cf. Act 1, 1-2)" (Dei Verbum,
19).
Si se trata del modo como nacieron los cuatro Evangelios, la
Constitución conciliar los vincula ante todo con la enseñanza apostólica, que
comenzó con la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Leemos así: "Los
Apóstoles, después de la Ascensión del Señor, comunicaron a sus
oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban los
acontecimientos gloriosos de Cristo e iluminados por la enseñanza del Espíritu de la
verdad" (Dei Verbum, 19). Estos "acontecimientos gloriosos" están constituidos
principalmente por la resurrección del Señor y la venida del Espíritu
Santo. Se comprende que, a la luz de la resurrección, los Apóstoles creyeron
definitivamente en Cristo. La resurrección proyectó una luz
fundamental sobre su muerte en la cruz, y también sobre todo lo que había hecho y
proclamado antes de su pasión. Luego, el día de Pentecostés sucedió
que los Apóstoles fueron "iluminados por el Espíritu de verdad".
4.- De la enseñanza apostólica oral se pasó a la redacción de los
Evangelios, respecto a lo cual se expresa así la Constitución
conciliar: "...los autores sagrados compusieron los cuatro Evangelios escogiendo
datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos
a la situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de la
proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y
genuinos acerca de Jesús. Sacándolos de su memoria o, del testimonio de los que
asistieron desde el principio y fueron ministros de la palabra' lo
escribieron para que conozcamos 'la verdad' (Cf. Lc 1 2-4) de lo que
nos enseñaban" (Dei Verbum, 19).
Este conciso párrafo del Concilio refleja y sintetiza brevemente toda
la riqueza de las investigaciones y estudios que los escrituristas no han
cesado de dedicar a la cuestión del origen de los cuatro Evangelios.
Para nuestra catequesis es suficiente este resumen.
5. En cuanto a los restantes libros del Nuevo Testamento, la
Constitución conciliar Dei Verbum se pronuncia del modo siguiente... "...Estos
libros, según el sabio plan de Dios, confirman la realidad de Cristo, van
explicando su doctrina auténtica, proclamar, fuerza salvadora de la obra divina
de Cristo, cuentan los comienzos y la difusión maravillosa de la iglesia,
predicen su consumación gloriosa" (Dei Verbum, 20). Se trata de una
breve y sintética presentación del contenido de esos libros,
independientemente de cuestiones cronológicas, que ahora nos interesan menos. Sólo
recordaremos que los estudiosos fuera para su composición la segunda mitad del
Siglo I.
Lo que más cuenta para nosotros es la presencia del Señor Jesús y de
su Espíritu en los autores del Nuevo Testamento, que son, por lo mismo,
medios a través de los cuales Dios nos introduce en la novedad revelada, "El
Señor Jesús asistió a sus Apóstoles, como lo había prometido (cf., Mt 281
20), y les envió el Espíritu Santo, que los fuera introduciendo en la
plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13)" (Dei Verbum, 20). Los libros del Nuevo
'Testamento nos introducen precisamente en el camino que lleva a le
plenitud de la verdad de la divina Revelación.
6. Y tenemos aquí otra conclusión para una concepción más completa de
la fe. Creer de modo cristiano significa aceptar la autorevelación de Dios en
Jesucristo, que constituye el contenido esencial del Nuevo Testamento.
Nos lo dice el Concilio: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos (cf.
Gál 4,4), la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia
y de verdad (cf. Jn 1, 14). Cristo estableció en la tierra el reino de
Dios, se manifestó a Sí mismo y a su Padre con obras y palabras, llevó a cabo
su obra muriendo, resucitando y enviando a1 Espíritu Santo. Levantado de la
tierra, atrae a todos hacia Sí (cf. Jn 12, 32 gr.), pues es el único que posee
palabra de vida eterna (cf. Jn 6, 68)" (Dei Verbum, 17). "De esto dan
testimonio divino y perenne los escritos del Nuevo Testamento" (Dei
Verbum, 17). Y por lo mismo constituyen un particular apoyo para nuestra fe.
Texto en Español en L'Osservatore Romano del 26 de mayo de 1985