VIOLENCIA y CRISTIANISMO
Benedicto XVI: «Las manifestaciones de violencia no pueden
atribuirse a la religión en cuanto tal, sino a los límites culturales con los
que se vive y desarrolla en el tiempo… De hecho, testimonios de la íntima
vinculación que se da entre la relación con Dios y la ética del amor se
registran en todas las grandes tradiciones religiosas».
-mensaje conmemorativo del XX aniversario del encuentro
interreligioso de oración por la paz convocado por Juan Pablo II en Asís, en
octubre de 1986.
Ver también:
Una nueva relación entre fe y razón para permitir el diálogo
entre culturas y religiones.
Discurso de S.S. Benedicto XVI, Ratisbona, 12 IX 2006.
La violencia es fruto del pecado
Padre Jordi Rivero
La violencia es fruto del pecado. Es la ruptura del amor que Dios quiso desde el
principio. La Iglesia existe para comunicar ese amor divino a los hombres. Ella
lo anuncia a todos pero cada uno es transformado en la medida que renuncia al
pecado y se abre a la gracia.
La religión y aun el Cristianismo han sido utilizados como pretexto para la
violencia y la guerra. En estos casos se está sublimando el mal con la
pretensión de justificarlo y hasta pretender una causa divina. En cuanto al
Cristianismo se refiere, este comportamiento es totalmente contradictorio con la
fe ya que Cristo nos mandó a amar a nuestros enemigos.
Si hay guerra es porque hay falta de fe. En el Norte de Irlanda, por ejemplo,
los terroristas se identifican como católicos y protestantes, pero el odio entre
ellos nada tiene que ver con la fe. Es un asunto de enemistad causada por
invasiones y las reacciones al invasor, o sea, por abusos históricos. El hecho
de que unos son protestantes y los otros católicos solo se utiliza como
máscara. Cuando el Santo Padre visitó Irlanda del Norte, condenó muy
fuertemente la violencia y pidió de rodillas que cesara la violencia. A pesar
de ello, sigue habiendo terroristas que se proclaman católicos. Y no faltarán
los que siguen culpando a la Iglesia por eso. Quienes juzgan así a la Iglesia
no quieren ver la enseñanza de la Iglesia sobre el terrorismo ni los esfuerzos
de paz que ésta siempre lleva a cabo. Insisten en presentar a los terroristas
como representativos de la violencia de la Iglesia.
En Nigeria, marzo 1998, Juan Pablo II dijo que tanto los musulmanes como los
católicos están de acuerdo «en el hecho de que, en materia religiosa, no deben
darse coerciones». «En especial --aclaró--, cada vez que se practican violencias
en nombre de la religión tenemos que aclarar a todos que, en estas
circunstancias, no nos encontramos ante la verdadera religión».
Cuando los católicos causan violencia, no la causan por ser católicos. Más bien
la causan por no ser buenos católicos. Ellos, como todo pecador, no están siendo
consecuentes con la verdad. Es injusto culpar a la Iglesia por los males
cometidos por sus hijos. La causa de la violencia está en el corazón del hombre
y no en la Iglesia como tal. Cuando entramos en la Iglesia, seguimos siendo
influenciados por su carne, la cultura y por el demonio.
En ninguna época la Iglesia ha transformado totalmente la cultura. Los
cristianos viven en el mundo y no están libres de sus influencias. La Iglesia es
más bien una luz que brilla en las tinieblas, pero al mismo tiempo las tinieblas
alcanzan el corazón de sus hijos por el pecado. Esta es la lucha de todos. Cada
uno irá creciendo en la luz, unos más que otros según la apertura del corazón.
Las cruzadas y la inquisición son ejemplos de instituciones que tenían una
legítima causa de defensa pero en ellas ocurrieron graves abusos. Católicos se
dejaron arrastrar, utilizando los medios del mundo, o sea, los que siempre han
usado los hombres en general para lograr sus objetivos y los que se usaban
también por todos en la época: estos son la violencia y el poder. Es curioso que
el mundo ahora quiera pretender que solo la Iglesia ha utilizado estos medios.
Es como culpar a los médicos por las enfermedades porque sus consultas están
llenas de enfermos.
¿Estoy tratando de justificar la violencia en la Iglesia? De ningún modo. El mal
es mal hágalo quien lo haga. Pero hay que distinguir entre la Iglesia, misterio
de salvación y las obras de sus hijos. Al médico lo valoramos por el bien que
imparte a los pacientes que siguen sus recetas, no por los que rehúsan sus
instrucciones. A la Iglesia se la debe juzgar por los santos, y no por los
pecados que resultan por no atenernos a la gracia que nos ofrece.